La contaminación de plástico es, a nivel mundial, preocupante: en 65 años –desde la década del 50, hasta el 2015- se generaron 6.300 millones de toneladas de desechos de este material. Y, en vez de reducirse, su producción crece; resulta imperioso desarrollar tecnologías para mitigar este impacto en el medioambiente. Eso es lo que está haciendo la científica Juliana Ruiz Barrionuevo, junto a especialistas del Instituto de Ecología Regional (IER): estudian las bondades de un tipo de polillas para biodegradar diferentes tipos de plástico.
Increíble, ¿verdad?. Comúnmente se las conoce como “polillas de la cera”, pero sus verdaderos nombres son Galleria mellonella y Achroia grisella; sus larvas tienen una labor ecológica importante, ya que tienen una capacidad plastívora. Consumen el plástico. Y podrían dar una solución a la contaminación que estos materiales generan en el planeta. Por eso, los expertos del IER indagan más sobre las potencialidades de estos insectos; también buscan develar cómo impacta en ellos las fluctuaciones de las dietas, contemplando el consumo de una variedad de estos materiales. Y ese es un aspecto que permite trazar un paralelismo con el organismo humano; ya que durante el proceso de envasado de alimentos o durante su transporte –en esta etapa están sometidos, por ejemplo, a cambios de temperatura-, pueden liberarse micropartículas de plásticos y afectar indirectamente la salud de las personas.
Inicio y resultados
Este camino de estudios comenzó para Barrionuevo en 2022, con una estancia en Puerto Rico. Ella buscaba conocer el potencial genético de la microbiota de la Gallería mellonella, exponiendo las larvas al consumo de múltiples plásticos, y observar así su respuesta metabólica. Lo pudo hacer en el marco de una beca del Programa Biotecnología para América Latina y el Caribe, de la Universidad de Naciones Unidas (UNU-Biolac); y recientemente quedó seleccionada para una beca Fullbright, que le permitirá retornar a Puerto Rico y avanzar con los análisis que involucran metabolitos (sustancia producida durante el metabolismo, en la digestión u otros procesos químicos corporales).
Mientras tanto, en Tucumán, ella y el resto de profesionales del IER siguen avanzando en esta investigación: utilizan modelos que analizan la contaminación terrestre y acuática para estudiar el consumo de plástico por parte de las larvas de estas dos polillas, y cómo es que este proceso afecta la microbiota intestinal de los insectos. Partiendo de esta premisa, el objetivo de la investigación del equipo consiste en saber cómo actúan las bacterias intestinales de ambos insectos para poder degradar, en el intestino, ciertos plásticos, como el polietileno y el polipropileno.
Los resultados preliminares son alentadores. El equipo descubrió que, además de alimentarse de la cera de abejas, estas polillas -que habitan en colmenas- comen silobolsas. “Nos interesó saber cómo lograban consumir esto, y si realmente sacaban energía de un alimento tan extraño”, señala Carolina Monmany, directora del equipo e investigadora adjunta del IER, y advierte que su capacidad de alimentarse de cera de las abejas era un antecedente, porque su composición y su estructura física son similares a la de los plásticos.
Cómo consumen
Asimismo, la experta cuenta que Barrionuevo está llevando a cabo distintos ensayos para analizar estos hábitos de consumo. “Lo más interesante es que estamos empezando a ver cómo las comunidades microbióticas que viven en el intestino de las polillas cambian bajo la alimentación a base de distintos plásticos y otros materiales”, añade y explica que esto les permite observar qué cambios se producen en las comunidades bacterianas del intestino.
En el proceso identificaron distintos tipos de organismos: algunos que no logran subsistir y desaparecen, y otros que sí, y son los que se quedan y se vuelven dominantes. Además, ya tienen resultados que dan cuenta de modificaciones funcionales que, en relación con el consumo de distintos tipos de materiales afectan a los insectos.
Estos son estudios que pueden servir para entablar una comparación con los seres humanos, dado que –y como se señaló anteriormente- se pueden ingerir diminutas partículas provenientes de alimentos envasados. En este sentido, Monmany aclara que lo que sucede en el sistema endogástrico de los insectos es replicable con lo que pasa en el de los seres humanos, lo que permite explicar la función que cumplen las comunidades microbióticas en el intestino en las personas.
“Tenemos que tener cuidado porque mucha comida viene envasada, y cuando es así se pueden liberar químicos, que son unos aditivos agregados a los plásticos”, y que se utilizan para otorgarles maleabilidad o transparencia, indica la investigadora del IER. Esos químicos, cuando se desprenden, pueden adherirse a la comida si están sometidos a determinadas condiciones de altas o de bajas temperaturas. “Esto produce disrupciones en nuestra microbiota intestinal, algo que se parece mucho a lo que estamos estudiando con las larvas”, remarca.
Lo que se viene
Las especialistas coinciden en que estos estudios no se estarían haciendo si no viviéramos en un contexto de muy alto índice de contaminación por plástico en los distintos ecosistemas, porque aseguran que el endogástrico (para los vertebrados) es contemplado por los especialistas como otro tipo de entorno que puede verse afectado de igual manera por esta situación. “Tratamos los ecosistemas que están adentro de un ser vivo del mismo modo que un ecosistema terrestre o uno acuático. Son todos similares desde el punto de vista analítico”, asegura Monmany.
Con el acceso a la beca Fullbright y a la próxima estadía en Puerto Rico, Barrionuevo va a poder realizar un trabajo de secuenciación de microorganismos llamado shotgun, que servirá para relevar todos los genes que hay en el tubo digestivo de la polilla y entender cómo el consumo de plásticos incide en el metabolismo de las larvas. En este sentido, Monmany ejemplifica con el polietileno, y explica que este puede afectar significativamente, por ejemplo, en la acumulación de reservas energéticas de las polillas. Eso, en invierno, podría matarlas.
Aclaración
Pero hay un dato que es clave, y en el que las científicas insisten: las “habilidades” de las polillas para degradar plásticos no son una solución al problema global de la contaminación. “Es urgente un cambio a fondo, tanto respecto de la producción de estos materiales, como desde el punto de vista de la concientización de las compras que realizamos y el reciclado –advierte la investigadora-. La verdadera salida al problema es migrar de una economía lineal hacia una circular, y que esta dinámica involucre no sólo a cada una de las personas, sino también a las empresas y a los sectores con decisión política”.
Cuestiones para considerar
Desde los años 50 hasta 2015, se generaron cerca de 8.300 millones de toneladas de plásticos vírgenes en el planeta, y el 60 % de esa producción se dio a partir del año 2000. De ese número total, 6.300 millones de toneladas son en la actualidad desechos plásticos, con una disposición final alarmante: tan sólo un 9 % fue reciclado, un 12 % quemado, mientras que el 79 % restante se acumula en vertederos o en el medioambiente. Esos residuos están dispersos por todo el globo, y aunque se originan en los continentes -muchos de los cuales son transportados luego por los ríos y alcanzan los océanos, donde forman cúmulos permanentes de basura, conocidos como “islas de plástico”-, se advierten mejor las consecuencias ecológicas en ecosistemas acuáticos que en los terrestres. De hecho, la mayor parte de los registros de especies afectadas por la contaminación plástica es marina. A su vez, los nanoplásticos, en partículas minúsculas, implican un peligro potencial mayor, ya que se estima que pueden trasladarse a los tejidos dentro del organismo.